miércoles, 8 de junio de 2011

Divina señora

Aurora Venturini escribió toda su vida pero recién logró reconocimiento a los 85 años, cuando ganó el premio de Nueva Novela gracias a la original genialidad de Las Primas. Acaba de publicar Nosotros, los Caserta, la segunda de las más de 20 novelas que ha escrito durante una vida tan intensa como su obra. Fue amiga de Eva Perón y de Borges, y compañera de juergas de Sartre y Camus.

El nombre de Aurora en francés suena como si alguien quisiera decir la palabra “horror” pero no pudiera pronunciar la erre. A ella le hubiera gustado llamarse Beatriz, “como la novia de Dante”. De hecho, cuando ganó el concurso de Nueva Novela con Las Primas, firmó el original con el seudónimo Beatriz Portrinari. Dante Alighieri había bajado a los infiernos para buscarla, y Aurora un poco escribe desde allí, desde las llamas de un infierno personal.

“Siempre fui muy mala”. Como los personajes de sus novelas. “Sí, era terrible. A mi primo lo mortificaba, le decía lo peor, le decía marica”. De grande, esa maldad ¿se fue? “No, todavía está”. ¿Y cómo se manifiesta? “Dando envidia. ¡Qué bronca les da cuando gano los premios! Me divierte tanto… Más como peronista, imagínate… Soy una enemiga pública”.

Aurora Venturini vive en La Plata y dice que esa ciudad tiene algo de París. Algo en la plaza, en los árboles. Por eso le gusta. Ahora que ya no viaja todos los años a Europa porque le tiene pánico a las escaleras eléctricas, esta encantadora mujer de 89 años sale poco de su departamento, no cultiva demasiadas amistades. No cree en la soledad, cree “en la gente zonza que pierde tiempo en otras cosas… Yo empleo mi tiempo escribiendo, leyendo. No soy sociable”.

Pedalea una hora por día en la bicicleta fija y escribe tres horas por la mañana y tres horas por la tarde, a máquina porque desconfía de la computadora. Reescribe muy de vez en cuando. Casi siempre obtiene algo “pleno” y así lo deja.

Sabe que escribe bien. Sabe que siempre lo hizo. Disfruta el tardío reconocimiento que le llegó tras el premio y la publicación en Europa. Después de años de haber pagado sus propias ediciones (“te dan la mitad de los libros y la otra mitad no aparece nunca –dice-, son unos sinvergüenzas”), finalmente esa tortilla se dio vuelta. Una sonrisa de oscura satisfacción se dibuja en su rostro cuando lo cuenta. Un gesto corto y divertido que da paso luego a una expresión de cierto fastidio. La fama insume tiempo y Aurora está un poco cansada de perder la intimidad, de tener que recibir a periodistas que no saben qué preguntarle o que no han leído sus novelas.

“Se sientan acá y me dicen que no van a hacer preguntas, que hable yo. Yo les digo que no me gusta hablar de mí, entonces ¿qué hacemos?”. De sus años de docencia conserva en su vida y en su obra esa retórica apenas humillante que obliga al otro a hacer un esfuerzo especial para no defraudarla. Un humor luminoso e infame que ruboriza al lector y lo desafía, y un amor opaco, pedagógico, que le abre puertas novedosas.

Ya tiene la voz un tanto apagada y el contrapunto con la potencia de sus palabras también genera un efecto extraordinario, lo que cuenta tiene el semblante de un hechizo, un conjuro, una biografía demasiado seductora.

Aurora fue amiga íntima de Eva Perón. Trabajó con ella en la Fundación y esa amistad le valió, después de la Revolución del 55, una tortura y un exilio en París. “La pasé mal. Vos sabés cómo son los milicos”, dice. “Pero pude vivir en Francia durante la época del existencialismo, que fue hermosa”.

Durante su exilio fue alumna y compañera de juergas de Jean Paul Sartre, Albert Camus y Simone de Beauvoir. Escribió una obra de teatro, La chanson, que fue puesta en escena por Eugene Ionesco en un galpón: “había ruedas de autos para sentarse, la gente cantaba, leía, éramos bohemios”. Pariente de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Aurora cuenta que escribió la mitad de Nosotros, los Caserta en la casa del autor de El gatopardo. Que demoró muchísimo. En cambio a Las primas la escribió de un tirón, en dos meses, en la misma máquina de escribir que tiene ahora a su derecha. La señala como si el artefacto la pudiera escuchar, como si el prodigio increíble de Las primas fuera culpa de esa máquina. Es un ejercicio de ingeniosa arrogancia. Aurora es así.

Salta de tema en tema. Las preguntas se reducen a excusas. De su mala relación con su familia (su padre era radical y la echó de su casa en cuanto estuvo al corriente de que ella andaba con el peronismo) a un crucero de un año alrededor del mundo, que será tema de una próxima novela. Es que todo lo que pasa en sus obras pasó, de un modo u otro, en su vida. Ella es Las Primas y es también Nosotros los Caserta. El impudor, la audacia y la ironía de esos retratos familiares podrían hacer inverosímil la autobiografía: ¿quién podría hablar así de sí mismo y de sus padres y hermanos? La sonrisa de Aurora sirve como toda respuesta: es una sonrisa malvada y desprovista de melancolía, pero no hay impiedad ni odio en su gesto cada vez más complejo. El amor es raro y oscuro.

“Escribo mucho. He ganado varios premios, pero los grandes diarios no publicaron nada de mí, porque yo tengo algunas ideas que no les gustan”. Dice que dos veces le dijo a la dueña de un importante medio dónde se tenía que meter el periódico. “Igual que a la Legrand. Cuando me invitó le dije que no. Yo voy a programas serios”.

La primera vez que Aurora publicó un poema tenía 16 años. Más tarde, Jorge Luis Borges le dio el premio Iniciación. “Yo lo conocía de vista, de admiración, porque estaba en la Sade. En el año ‘48, él era bastante joven, yo era una nena, jovencísima, y me acuerdo que me pasó la mano por la cara y dijo ‘sí, es la poeta’. Era una persona exquisita. Después fuimos amigos, aunque no pensábamos igual en la política. Pero nunca se hablaba de eso. Conmigo no. Era muy discreto, una persona encantadora”.

¿Entonces fue amiga de Eva Perón y de Borges al mismo tiempo? “Sí, sí… y ninguno hablaba mal del otro, porque yo me hubiera enojado”. ¿Nunca estuvo con los dos al mismo tiempo? “¡No! Se iban a matar… aunque no… Borges era un santo, y Evita era muy buena”. Ahora sí hay nostalgia: cuando habla de Eva, Aurora luce afligida y resignada.

“Eva era líder, Perón no”. Dice. Se toma las manos. “Los milicos destruyeron todo lo que Eva había hecho. ¡No teníamos analfabetismo!”. ¿Aún se considera peronista? “Siempre. Toda la vida. En los momentos más difíciles, soy peronista”. ¿Y cuando vivió en París fue existencialista? “No. La filosofía existencialista, para uno que es católico, ya es extrema. Pero igual la estudié. No la practiqué. La estructura nuestra no es para eso, nosotros estamos estructurados por España, por Italia, y por la Iglesia”. Aurora se doctoró en filosofía en Francia, y su tesis fue sobre Kant. “Dejame con Descartes, con los loquitos lindos de antes”, dice. Y si tiene que hablar de escritores habla de Dostoievski, de Faulkner, de Joyce y de Kafka. “De los nuevos, me gusta el que escribió El coronel no tiene quien le escriba”, aclara.

Vuelve a Francia. Habla de Cortázar. “A ese muchacho lo veía en los puentes de París, siempre fumando. Con un pucho prendía el siguiente. Su novia era una traductora. Él estaba todo el tiempo mirando el agua”.

Novelas reales

“Yo escribo la realidad. No hay nada que inventar. Agrego un poco de lustre. De maravilla si es posible. Pero es la realidad. La gente cuando lee se busca a sí misma, por eso no hay que andar volando, hay que andar pisando la tierra. Yo soy realista”.

Las emociones que provoca Aurora son sombrías y estimulantes como un acto de venganza y expiación. ¿Hay catarsis? Ella dice que sí, que la escritura es eso. “Crecí en una familia disímil, tan diferente… tenía una hermanita muy mimada y un hermano deforme. Mi madre decía que él era deforme porque yo había tenido rubiola… Yo creía eso y vivía mal, culpable… tratando de lastimar porque a mí me lastimaban”.

La casa es sencilla y no se parece en mucho a ese territorio de la amargura que las novelas de Aurora transitan con negro humorismo. Marta, la asistente, ha dejado el televisor prendido durante toda la charla, y ese ruido blanco parece hacer terrenales los pasos cuidadosos de Aurora en busca de un libro o un recorte de diario. Los recuerdos la asaltan con tal fuerza que a veces logran que se incorpore de la silla y revuelva con manos temblorosas los estantes. De vez en cuando detiene el relato de las anécdotas, como si algo la perturbase o quemase. Al igual que en sus libros, Aurora se rebela todo el tiempo contra su propia educación, su familia y su lenguaje. Se pone en ridículo para destruir la moralidad de la clase en la que creció. Tiene ganado un infierno personal, y se encarga cada día de disfrutar de las llamas.


Publicado en Ciudad X número 12, junio de 2011.

Gordon Lightfoot - If You Could Read My Mind (Subtítulos español)



Qué arte el de Gordon Lightfoot para describir las circunstancias que llevaron a la ruptura, cada cual vivía en su mundo, muy diferente y distante del otro. El, ignorado o reprimido en sus deseos, más pragmático y menos idealista que ella. Ella en su mundo de fantasía y novela rosa, idealizándolo y frustrándose al ver que la realidad era muy distinta a lo que ella imaginaba.
Según interpreto la primera línea del guión sería él, la segunda ella (la reina de la película cuando él la conoció), y la tercera, dónde él se perdió/quemó, sería ese ideal que ella construyó en torno a él y que él no pudo cumplir. En realidad la está culpando a ella, ella carecía de esos sentimientos y dejó de quererlo quizá por haberlo idealizado y no cumplir él con esa imagen ideal. Como consecuencia él también dejó de amarla.
Y esas circunstancias mataron el amor, ya no hay marcha atrás, ya no hay modo de recuperarlo. Es mi humilde interpretación y seguro que hay muchas más.